En los tapices centroeuropeos del siglo XIV y XV solemos encontrar una variada representación de la flora y fauna, tejida con esmero y amor por el detalle. Es el intento de captar un pequeño trocito de naturaleza con el fin de realzar aún más el realismo de las representaciones de carácter religioso o profano.
A veces, las figuras principales de los tapices están colocados encima de un campo de césped en forma de pequeños arcos que rodean distintas flores. Otras veces encontramos paisajes completos, con pequeños bosques, riachuelos, manantiales, etc.
Ahí donde la composición del tapiz requiere un entorno más “domesticado”, vemos representaciones de jardines planificados y realizados por el hombre, que nos dan una idea de cómo se concebían los jardines en aquella época.
No importa si el tapiz refleja la Naturaleza en estado salvaje o más bien domesticado, siempre encontraremos la misma flora y fauna. Con el objetivo de reflejar la belleza de la Naturaleza y el milagro de la creación divina en su máximo esplendor y diversidad, el tejedor no se limita a las flores existentes y se inventa nuevas formas y estructuras. A menudo mezcla la flor de una especie con las hojas de otra, se salta las estaciones del año y junta las flores de primavera con las de otoño.
Si analizamos la composición de estas maravillas textiles, vemos que frecuentemente las flores van asociadas a un determinado atributo de una de las figuras representadas en el tapiz, a veces adquieren protagonismo dentro de la composición global del mismo, ocupando un lugar central.
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Comparando los tapices de está época, nos damos cuenta de que hay un abanico de alrededor de 35 plantas distintas que se repiten constantemente, bien porque llevan un nombre popular con un significado especial que contextualiza con el contenido iconográfico del tapiz, bien porque gracias al color de su flor se establece un puente hacia el simbolismo de los colores de la época, o bien porque su forma específica les proporciona un contenido particular.
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La gran mayoría de las plantas tienen propiedades curativas o se les atribuye poder para ahuyentar los malos espíritus.
Entre los más comunes encontramos el trébol, el lirio, la hierba doncella, la aguileña, el lirio de los valles, la hierba de Aaron, el clavel, la borraja, el llantén, el cardo, la violeta, los guisantes, la fresa, la vid, el sabuco, el granado y el lúpulo.
La aguileña, por ejemplo, representa a la virgen María, y por la particular forma de su flor se creía que era capaz de potenciar el deseo erótico; la fresa es el alimento de los niños muertos, de los santos y mártires; la violeta simboliza por su porte y su fragancia la humildad de la virgen María; el saúco es una planta apreciada, porque tanto sus flores, como su madrea y su savia proporcionan importantes agentes curativos; el granado simboliza la fertilidad, el trébol la trinidad, el clavel puede simbolizar la pasión o la virginidad, según el contexto iconográfico.
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