Y Montse, desde el principio hasta el final, construyó lineas maravillosas que le costaron más de uno quebradero de cabeza. Empezó con las pacas de paja, y terminó con cuerdas de tender y cables de alta tensión.
Lo mismo con los menhires: fue la primera en tejer uno, el que iba a quedar justo debajo del arco iris de Esther, y terminó con el cuatro, en el monte, cerca del pueblo.
El verde del monte y de las riberas se convirtió poco a poco en un verde más pálido, de hierba seca de verano en las praderas donde pastan las vacas. Y el blanco y negro de éstas se confunde con las primeras fachadas, tejados de onduline, puertas de garajes en su aproximación al pueblo de Mataporquera.
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